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El silencio no es neutral. Callar ante la injusticia no es neutralidad: es complicidad. Vivimos tiempos en los que la indiferencia se disfraza de prudencia, y el desinterés de respeto.  En realidad, hay silencios que son gritos. Y hay ausencias que pesan más que mil palabras. En una sociedad cada vez más centrada en el “yo”, donde lo que no nos afecta no nos importa, corremos el riesgo de olvidar algo esencial: que la verdadera humanidad no empieza cuando cuidamos de lo nuestro, sino cuando somos capaces de dolernos por lo que le pasa al de al lado.  Aunque no le conozcamos. Aunque no se parezca a nosotros. Aunque nunca lo veamos. Porque no basta con ser buenos en lo íntimo, si no somos justos en lo colectivo. La ética privada pierde sentido si no se proyecta hacia afuera. Si no se compromete. Si no actúa. El que mira hacia otro lado ante el dolor ajeno está decidiendo, aunque no lo diga. Y esa decisión también construye mundo.  Porque el mundo no solo se rompe por la acción de los que hacen el mal, sino por la indiferencia de los que podrían haber hecho el bien… y no lo hicieron. La empatía, en tiempos de apatía, es una forma de resistencia. El compromiso es una forma de amor. Se trata de elegir una coherencia.  De no relativizar el sufrimiento. De no taparse los ojos cuando la injusticia se sienta en la mesa de al lado. Porque quizá hoy no nos afecta.  Pero si mañana nos falta la justicia a nosotros, ¿quién hablará? La historia está llena de silencios que costaron demasiado. De mayorías prudentes que, por no incomodar, permitieron que lo intolerable se hiciera ley. De conciencias limpias porque nunca se mancharon las manos… pero tampoco las tendieron. Por eso, cuando dudes entre callar o hablar, entre quedarte al margen o implicarte, recuerda esto: El silencio también es un bando. Y cada gesto —por pequeño que parezca— cuenta. Cada vez que alzamos la voz por quien no puede, sembramos humanidad. Cada vez que no pasamos de largo ante una injusticia, elegimos ser parte de la cura y no del síntoma. La verdadera valentía no está en gritar más fuerte. Está en no dejar solos a los que sufren. Está en estar, cuando duele. En decir: esto no es justo… aunque nadie lo aplauda. Porque el amor, cuando se hace conciencia, se llama justicia. Y esa, esa sí que es una forma elevada de amar, Álex
El silencio no es neutral. Callar ante la injusticia no es neutralidad: es complicidad. Vivimos tiempos en los que la indiferencia se disfraza de prudencia, y el desinterés de respeto. En realidad, hay silencios que son gritos. Y hay ausencias que pesan más que mil palabras. En una sociedad cada vez más centrada en el “yo”, donde lo que no nos afecta no nos importa, corremos el riesgo de olvidar algo esencial: que la verdadera humanidad no empieza cuando cuidamos de lo nuestro, sino cuando somos capaces de dolernos por lo que le pasa al de al lado. Aunque no le conozcamos. Aunque no se parezca a nosotros. Aunque nunca lo veamos. Porque no basta con ser buenos en lo íntimo, si no somos justos en lo colectivo. La ética privada pierde sentido si no se proyecta hacia afuera. Si no se compromete. Si no actúa. El que mira hacia otro lado ante el dolor ajeno está decidiendo, aunque no lo diga. Y esa decisión también construye mundo. Porque el mundo no solo se rompe por la acción de los que hacen el mal, sino por la indiferencia de los que podrían haber hecho el bien… y no lo hicieron. La empatía, en tiempos de apatía, es una forma de resistencia. El compromiso es una forma de amor. Se trata de elegir una coherencia. De no relativizar el sufrimiento. De no taparse los ojos cuando la injusticia se sienta en la mesa de al lado. Porque quizá hoy no nos afecta. Pero si mañana nos falta la justicia a nosotros, ¿quién hablará? La historia está llena de silencios que costaron demasiado. De mayorías prudentes que, por no incomodar, permitieron que lo intolerable se hiciera ley. De conciencias limpias porque nunca se mancharon las manos… pero tampoco las tendieron. Por eso, cuando dudes entre callar o hablar, entre quedarte al margen o implicarte, recuerda esto: El silencio también es un bando. Y cada gesto —por pequeño que parezca— cuenta. Cada vez que alzamos la voz por quien no puede, sembramos humanidad. Cada vez que no pasamos de largo ante una injusticia, elegimos ser parte de la cura y no del síntoma. La verdadera valentía no está en gritar más fuerte. Está en no dejar solos a los que sufren. Está en estar, cuando duele. En decir: esto no es justo… aunque nadie lo aplauda. Porque el amor, cuando se hace conciencia, se llama justicia. Y esa, esa sí que es una forma elevada de amar, Álex

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